http://www.elcorreo.com/vizcaya/20130526/local/otra-conquista-201305251821.html
"La expansión española en América, la que relatan los
manuales de Historia, no fue un asunto exclusivo de hombres blancos, o
mejor, de 'empresarios armados', expresión utilizada por los
historiadores Matthew Restall y Felipe Fernández-Armesto en el ensayo
'Los conquistadores: una breve introducción'. Esclavos y criados de raza
negra, que a partir de 1521 fueron llevados a cientos desde África al
nuevo continente, participaron en las campañas contra los indígenas y se
significaron en ellas como "feroces combatientes". Sin embargo, su
protagonismo fue ignorado por los cronistas, quienes corrieron un velo
parecido sobre los indios que se aliaron con los invasores europeos para
vengarse de sus opresores locales (a los nahuas mexicanos no les
gustaba la costumbre azteca de capturar prisioneros para arrancarles el
corazón, cortarles la cabeza y exhibir los cráneos a miles).
Restall y Fernández-Armesto, que son amenos y concisos,
matizan algunos lugares comunes acerca de la conquista, sin aprobarlos o
descalificarlos. El caballo ya había existido en América, aunque se
extinguió, y los españoles lo reintrodujeron. No es cierto que los
indígenas americanos vieran a los europeos como dioses. Ahora bien, ser
extranjeros sí resultó útil a estos últimos para manipular las querellas
locales, inmiscuyéndose en antiguas rivalidades. Por último, los
conquistadores no fueron todos españoles, aunque sí la inmensa mayoría,
obviamente.
Entre los personajes menos conocidos de aquella época y que
se salen de lo corriente -suponiendo que Cortés, Pizarro o Lope de
Aguirre fueran hombres corrientes- se encuentra Juan Garrido, esclavo
africano que vivió en Portugal y que acabó en América tras haber sido
comprado por un español. Obtuvo su libertad después de pelear en Puerto
Rico, Cuba y otras islas del Caribe. Entre 1520 y 1530 luchó contra los
aztecas, y servicios fueron recompensados con una propiedad en la ciudad
de México, donde se asentó con su familia. Allí trabajó de "guardia y
pregonero público, ambas ocupaciones habituales para los conquistadores
negros que se convertían en colonos". Como muchos españoles en América,
Garrido escribió a la Corona exaltando sus méritos, y contó que había
sido el primero en sembrar trigo en México.
Los africanos liberados de la esclavitud ocuparon siempre
una posición intermedia entre los blancos en la América del XVI y la
población indígena. Otro caso parecido al de Juan Garrido fue el del
negro Sebastián Toral, veterano de las campañas contra los mayas en el
Yucatán, en las que también intervinieron los indios nahuas. Toral llegó
a aquella península mexicana en la década de 1530, siendo joven y
esclavo, y reapareció en la región hacia 1540, "ya libre, junto a los
españoles que intentaron sojuzgar por tercera vez a los mayas". Este
colono también trabajó de guardia y formó un hogar. Cuando la metrópoli
creó un impuesto para los hijos de los negros de América, Toral protestó
y viajó a España para obtener la exención del tributo. También tuvo
permiso para llevar armas.
Restall y Fernández-Armesto desgranan pequeñas historias de
la colonización, pero no por ello menos interesantes e ilustrativas.
"En 1533 -cuentan ambos historiadores-, un grupo de varias docenas de
esclavos naufragó frente a las costas de lo que actualmente es Ecuador.
Fueron arrastrados hasta la playa, desprovistos de todo, desaliñados y
con poco o nada que les valiese como víveres o armamento". Al frente de
aquella desgraciada expedición se colocó Alonso de Illescas, un africano
bautizado que había vivido en Sevilla. Enseguida trabó relación con el
cacique local y se casó con su hija, convirtiéndose automáticamente en
el sucesor.
Illescas y su gente actuaron como mercenarios en las
querellas de los indios con sus vecinos. Los colonos españoles de Quito
lo conocieron como "el rey negro de las Indias" y enviaron "misiones
diplomáticas" a su pequeño Estado para que les autorizara a abrir un
camino hacia la costa, donde él tenía un puerto. La Corona lo nombró
gobernador y prosperó de forma notable, si bien su reino se fragmentó.
Uno de los descendientes, Francisco de Arove, sería
inmortalizado con sus dos hijos en un cuadro pintado en 1599 por un
artista de Quito. Los tres posan con joyas en la nariz y las orejas,
esgrimen lanzas y visten jubones, ponchos y gorgueras "tan lujosas que
las estrictas leyes suntuarias las hubieran prohibido en España".
Costumbres africanas, ropa española e indígena y tejidos asiáticos.
"La trayectoria hasta el poder de don Francisco de Arove y
sus colegas fue la de muchos, o la mayoría de conquistadores españoles,
cuyas carreras parecen imitar o simular, concluyen Restall y
Fernández-Armesto."
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