miércoles, 21 de marzo de 2012

La batalla de la roca



Mediado el siglo XVI la frontera de Nueva España superó el área de Chihuahua, las minas de plata descubiertas en la zona, consolidaron la presencia española en el lugar y despertaron interés por los territorios más al norte, en los que se esperaba hallar nuevas riquezas.

En 1595 el virrey de Nueva España y Juan de Oñate firman un contrato en el que se establecen términos y condiciones para llevar a cabo la exploración colonizadora de Nuevo México. Las clausulas del contrato obligaban a Oñate a descubrir y colonizar "con toda paz, amistad, y cristiandad."

Tras múltiples retrasos, el 26 de enero de 1598, el adelantado, capitán general y gobernador de Nuevo México parte al mando de 129 hombres con sus familias,más un pequeño grupo de religiosos, así como 1000 cabras y carneros, 3000 ovejas, 1000 vacas, 150 potros, 150 yeguas y caballos y 83 carros tirados por bueyes.

Tras atravesar el Río Grande, los hombres de Oñate construyen una iglesia en la que el 8 de septiembre se celebra la santa misa, tras la que tiene lugar la ceremonia oficial por la que Juan de Oñate toma posesión de Nuevo México, en nombre de la corona española. Tras la ceremonia se celebró una gran fiesta en la que hubo juegos, comida, bailes, además de la primera representación teatral de la historia de los E.E.U.U. Ese fue también el primer Día de Acción de gracias de la historia estadounidense adelantándose 23 años a la de los Padres Peregrinos de Plymouth.

Además de explorar el territorio, Oñate envió mensajeros a los poblados indígenas dando a conocer sus intenciones, hablándoles de la necesidad de prestar fidelidad al rey de España y prometiéndoles su colaboración si así lo hacían.

Después de fundar San Gabriel, Oñate conferenció con los principales jefes indios, que consintieron jurar fidelidad a la corona española como leales aliados, y continuó reconociendo la región.

El 27 de Octubre, el gobernador de Nuevo México llegó a la ciudad india de Acoma. Ésta no era del todo desconocida para los españoles, pues Vázquez de Coronado ya había inspeccionado la zona, en los años 40 del siglo XVI y quedado asombrado ante la poderosa ciudad de las nubes, poblada por cientos de guerreros, edificada en un altozano, rodeado de inmensos precipicios, y al que sólo se podía acceder por un peligroso camino en el que un descuido suponía caer desde metros de altura.

En principio, los indios quere recibieron amigablemente a los españoles sucediéndose las habituales promesas de amistad, pero los indígenas, asustados ante el poder de los soldados, habían decidido eliminarlos.Habían decidido atacar directamente a la cabeza, pensaban que si mataban a Oñate, sería más fácil acabar con el resto de los extraños guerreros blancos. Para ello les invitaron a subir a la ciudad ,donde planeaban emboscar al gobernador. Por algún motivo desconocido, Oñate desconfió, negándose a entrar en la sala del consejo de la ciudad. Tras esto, los indios no se atrevieron a atacar y los españoles fueron amablemente acompañados hasta la base de la gran roca, donde continuaron su viaje exploratorio. El gobernador y sus hombres se acababan de salvar, sin ellos saberlo, pero dos meses más tarde Juan Zaldívar, sobrino y asistente de Oñate, llegó a Acoma siguiendo los pasos de su jefe. Al igual que éste, fue bien recibido e invitado a subir. Zaldívar aceptó y subió con la mitad de sus hombres a lo alto de la ciudad donde fueron agasajados con gran amabilidad. El jefe de la tribu profirió un salvaje grito de guerra, cuando los españoles se hallaban desperdigados y desprevenidos, a la señal todos los indios atacaron con mazas y cuchillos de piedra. Sorprendidos, la mayor parte de los españoles fueron cayendo, cinco de ellos consiguieron abrirse paso a golpe de espada, gritando "Castilla y Santiago" bajo una lluvia de piedras y flechas. Estos cinco supervivientes se reunieron para tratar de alcanzar el sendero de bajada, pero no pudieron lograrlo, sin pólvora, utilizando los mosquetes como mazas, con los aceros bañados en sangre, heridos, y cubiertos de flechas en sus armaduras, saltaron desesperados desde una altura de 40 metros.

Aún hoy, no sabemos como pudieron sobrevivir cuatro de ellos a semejante salto (históricamente demostrado, se cree que dunas de arena pudieron amortiguar la caída.)

Como tantas otras veces, la ventaja decisiva del caballo permitió que todos los españoles consiguieran refugiarse en San Gabriel donde improvisaron barricadas y fortificaciones dotando al pueblo de unas mínimas defensas.

La situación era grave, Oñate sabía que debía responder rápida y efectivamente, o los más de 30000 indios pueblo se sumarían a la rebelión y aplastarían el Nuevo México español. Los españoles podían barrer con sus armas y caballos a un gran ejercito de indios en campo abierto, pero en Acoma había que subir por una senda estrecha y empinada que hacía fácil la defensa. Aún así no había elección, o conquistaban Acoma o morían en Nuevo México.

El 22 de enero de 1599 los 70 hombres que forman el ejercito de Nuevo México llegan a la fortaleza de los queres. La minúscula expedición llevaba por toda artillería un rudimentario pedrero. Sólo algunos oficiales contaban con armaduras de calidad, la mayor parte de la tropa debía de conformarse con escarcelas, viejas cotas de malla y petos acolchados. Sus armas eran espadas, picas, alguna alabarda, y unos cuantos mosquetes y arcabuces, solo algun oficial disponía de pistolas de rueda.

Acoma contaba casi con 500 guerreros queres y navajos, que conscientes del inminente ataque se habían preparado a conciencia acumulando armas y provisiones. En las orillas de los precipicios, entre rocas y peñas, en terrazas y azoteas centenares de indios con el cuerpo pintado de negro aullaban y maldecían al viento confiados en su fortaleza.

Los españoles, comandados por el sargento mayor Vicente Zaldívar, hermano del fallecido ayudante de Oñate, se detuvieron al pie de la formación rocosa. Un heraldo se acercó y en nombre del rey exigió a los indios la entrega de los asesinos de Zaldívar y sus hombres, si se entregaba a los culpables Acoma no sufriría daño alguno. Sintiéndose protegidos por la altura de su fortaleza y el número de sus guerreros, los enfurecidos indios respondieron con insultos y amenazas al casi insignificante ejercito que les desafiaba. Pero aquellos hombres eran los soldados del rey de España, los herederos de mil años de tradición guerrera, que durante todo el siglo habían dominado el mundo. Aquel puñado de españoles estaba a punto de hacer historia en una gesta de magnitud épica, en la que la realidad superó a la ficción.

Durante la noche, mientras escuchaban el eco de los cánticos y danzas de guerra con que los indios celebraban su próxima victoria, Zaldíbar ordenó talar los pocos pinos que había, doce hombres fueron enviados a la parte mas escarpada de la pared rocosa, arrastrando con cuerdas el pedrero y unos pocos mosquetes. Sus armaduras, engrasadas para evitar ruidos, habían sido pintadas de negro al igual que sus rostros, de este modo, los soldados españoles ascendieron lentamente al borde del precipicio, al más puro estilo comando.mientras otros acarreaban los troncos de pino.

Al amanecer del 23 de enero, Zaldíbar ordenó a los mosqueteros y arcabuceros atacar el lado norte de la roca intentando distraer a los indios mientras los doce escaladores se encaramaban en un farallón rocoso separado por una profunda sima de la ciudad quere. mientras un grupo de soldados sorprendía a los defensores de Acoma cruzando sobre una tosca pasarela de troncos y cuerdas. Inmediatamente fueron atacados con una lluvia de flechas y piedras, y en éstas, el improvisado puente colgante cayó. Aunque los indios eran abrumadoramente superiores en número no pudieron acabar con los atacantes, que en la corta distancia eran letales con sus espadas, muy superiores a las armas indias. Aún así la situación era desesperada, aislados de sus compañeros, que no podían disparar sus mosquetes para evitar el fuego amigo, los soldados del rey no podrían aguantar por mucho tiempo. Entonces, apareció un héroe, Gaspar Perez de Villágra, quien tomó carrerilla y de un prodigioso salto se encaramó al otro lado de la grieta, con la ayuda de sus compañeros alcanzó una cuerda y consiguió asegurar la inestable pasarela. A continuación, tuvo lugar un horrible combate. En una desproporción de uno contra diez, los hombres de Zaldíbar emprendieron una lucha salvaje y brutal abriendose paso con picas y espadas, matando indios enfurecidos, que con un valor asombroso atacaban con mazas y cuchillos de la edad de piedra ,disputando cada metro y cada casa de la ciudad, que poco a poco, iba cayendo en poder de los españoles.

Nuevamente Zaldíbar ofreció por tres veces el perdón a los defensores de Acoma, si se rendían y juraban lealtad al rey de España. Las tres veces los queres rechazaron la oferta, atrincherándose en sus casas que con sus cubiertas planas eran pequeñas fortalezas. Con las armaduras abolladas, con heridas y contusiones, los artilleros de Nuevo México disparaban el pedrero contra las casas hasta derribar los muros, para que piqueros y rodeleros entrasen a matar a los desafortunados indios.

Tras toda una mañana de combate los indios empezaron a aflojar, varias casas ardían en un incendio que pronto dificultó la visión y la respiración. Muchos indios perecieron cuando comenzaron a derrumbarse los techos e incluso los españoles en medio de la batalla, el humo,y las llamas socorrieron algunas mujeres y niños librándoles de morir abrasados. Por la tarde, algunos guerreros queres, desesperados ante aquellos blancos barbados cubiertos de acero y decenas de flechas, que no parecían humanos, se lanzaron al vacío antes rendirse, poco después, los indios salieron de sus casas y se rindieron.

La ciudad de Acoma estaba en ruinas, más de la mitad de sus casas habían sido destruidas,y la mitad de su población (500 guerreros) había muerto.Los indios habían sufrido un castigo durísimo, ademas de perder sus almacenes de provisiones tendrían que reconstruir su inexpugnable ciudad de las nubes.

Pronto se corrió la voz entre los indios pueblo que al tener noticia de la batalla de la roca olvidaron sus intenciones de atacar San Gabriel, llegando incluso a entregar a Oñate a algunos queres que se habían cobijado entre ellos.

Los atemorizados indios mantuvieron formalmente la sumisión a la Corona y los habitantes de Acoma reconstruyeron su ciudad recuperándose de la derrota. Los indios pueblo volverían a rebelarse en 1680, y en 1728, pero en el siglo XVIII fueron occidentalizados y cristianizados. Su actitud pacífica suavizó su choque con los anglosajones, y hoy son con los navajo uno de los grupos indígenas más numerosos de los E.E.U.U.

Aún que San Gabriel no ha llegado hasta nosotros, La ciudad de la Roca es hoy monumento nacional y continua habitada.

Fuente:"Banderas Lejanas" Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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